“Naoko sacó la mano izquierda del bolsillo y agarró la mía.
- Pero a ti no te pasará nada. Tú no tienes por
qué preocuparte. Aunque anduvieras por aquí de noche con los ojos cerrados, tú
jamás te caerías dentro, seguro. Y a mí, mientras esté contigo tampoco me pasará
nada.
- ¿Jamás?
- Jamás.
- ¿Y cómo lo sabes?
- Lo sé (…) estas cosas las sé muy bien. De pronto
las siento y punto. Por ejemplo, ahora que estoy agarrada a ti con fuerza, no
tengo miedo. Nada puede hacerme daño.
- Entonces es fácil. Basta con que estés siempre
así – dije.
- ¿Eso… lo dices en serio?
- Desde luego.
Naoko se detuvo.
Yo también. Ella posó sus manos sobre mis hombros y se quedó mirándome
fijamente. En el fondo de sus pupilas, un líquido negrísimo y espeso dibujaba
una extraña espiral. Las pupilas permanecieron largo tiempo clavadas en mí.
Después se puso de puntillas y acercó su mejilla a la mía. Fue un gesto tan
cálido y dulce que mi corazón dejó de latir por un instante. “
"- ¿Puedo pedirte
dos favores?
- Incluso tres
Naoko sacudió la
cabeza sonriendo.
- Con dos es
suficiente. El primero es que te agradezco que vengas a verme. Estoy muy
contenta y me ayuda mucho. Quizá no lo parezca pero es así.
- Volveré a venir –
dije – ¿Y el otro?
- Que te acuerdes
de mí. ¿Te acordarás siempre de que existo y de que he estado a tu lado?
- Me acordaré
siempre.”
Haruki Murakami, Tokio blues, Norwegian wood
Dos fragmentos, dos ejemplos de la maravillosa y frágil sensación de garantía, de inmunidad, que da el amor. También de pervivencia. Cuando el hombre que quieres está a tu lado, su presencia física, su cuerpo, su brazo, sus ojos, sus palabras, parecen un conjuro, un amuleto, una vacuna contra cualquier contingencia. Alguien nos ama y su pensamiento allá lejos, esté donde esté, nos construye, nos da vida y consistencia. Saber que alguien nos lleva en su memoria parece que nos salva de algo. Que alguien piense en nosotros nos fortalece y nos cuida. Esa persona nos lleva. Nosotros le llevamos a él. Vivimos de otro modo en la memoria de alguien. Presencias que nos habitan, memorias de alguien que también habitamos. Lugares, personas, ámbitos invisibles por donde transitamos, de algún modo y que no se ven ni se tocan.
"Mientras esté contigo nunca me pasará nada"
"¿Te acordarás siempre de que existo y de que he estado a tu lado? Me acordaré siempre."
El amor nos llena de esa fe, nos envuelve en esos ritos, como si la palabra amorosa fuese una oración, un rezo, algo que nos protege. Como si el amor fuese una garantía. Y lo creemos, mientras el lazo intenso prevalece, lo creemos. Pero nada ni nadie nos protege de nada, sabemos que todo es frágil, que somos frágiles que todo se pierde fácilmente. Y sin embargo, con el amor creemos. Su luz casi borra el resto.